domingo, 3 de julio de 2022

RAÍZ Y FRUTO DEL PECADO

 


“Por cuanto todos pecaron,

y están destituidos de la gloria de Dios.”

Romanos 3:23

 

 

E

n el capítulo tres de la Epístola a los Romanos el apóstol Pablo concluye que todos los seres humanos han pecado y son pecadores. Por lo tanto, nadie puede acceder a la gloriosa presencia de Dios, al Cielo. Tanto judíos como no judíos, a los que llama gentiles o de “las gentes”, estamos fuera del Reino de Dios. 

Desde el tiempo de Adán, a partir de su acto de desobediencia a Dios, toda la raza humana ha sido contaminada por el pecado. Éste es como un germen maléfico inoculado por Satanás en el Hombre. No sólo el primer hombre y la primera mujer fueron contaminados con esta actitud opuesta al Señor, sino todo descendiente de ellos. Así el pecado ha llegado hasta nuestros días.

Es preciso distinguir entre pecado y pecados, pecado en singular y pecados en plural. Cuando la Biblia habla de “pecados” se refiere a todos aquellos actos que ofenden a Dios, nuestras malas acciones; por ejemplo: blasfemar de Dios, mentir, apropiarnos de lo ajeno, destruir la vida, adulterar, etc. Todos estos son actos deplorables que nos apartan de la santidad de Dios. Él no puede cohabitar con seres que actúan así, sino que está rodeado de seres celestiales puros y obedientes a Su autoridad. 

Estos “pecados” son frutos de un árbol cuya raíz es el pecado por excelencia que es la rebelión contra Dios, es decir la desobediencia. El pecado de Adán y Eva fue la desobediencia. Ésta involucra una falta de fe en Dios, desconfianza que el diablo sembró en el Hombre. Le hizo creer a nuestros primeros padres que Dios mentía y escondía algo. Así lo relata el libro de Génesis:

“Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?  / 2 Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; / 3 pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. / 4 Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; / 5 sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal.” (Génesis 3:1-5) 

Como “padre de mentira”, Satanás en cuerpo de serpiente le mintió a la mujer diciéndole que no podría comer de árbol alguno del huerto, pero Eva le contestó que sí podían tomar los frutos de todos los árboles excepto de uno, aquél que estaba en medio del Edén. De hacerlo morirían. Nuevamente la serpiente mintió a Eva, negando las palabras de Dios y acusándolo de guardar para Él el conocimiento del bien y del mal. Esta afirmación tocó la ambición de saber y de poder del corazón humano y sedujo finalmente a Eva y luego a Adán a probar del fruto prohibido y desobedecer a Dios. 

La raíz del pecado es la rebelión contra Dios, la desobediencia por incredulidad y el orgullo de querer ser independiente del Creador. Desde ese día habitan en el ser humano estos gérmenes dañinos que lo apartan de Dios: orgullo, soberbia, vanidad, incredulidad y rebeldía. Todas estas motivaciones negativas del corazón humano en contra de su Padre constituyen el falso fundamento de la conducta humana, el pecado. 

Nacemos con esta tendencia heredada de nuestros primeros padres y ese pecado engendra muerte en nosotros, como asegura la Palabra de Dios: “Porque la paga del pecado es muerte…” (Romanos 6:23a) Las consecuencias del pecado en nuestra vida son frutos de muerte, que matan el cuerpo, el alma y el espíritu. Estamos condenados a la muerte eterna, pero el mismo versículo afirma a continuación: “…mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.”  (Romanos 6:23b) 

La única forma de escapar de la condenación a muerte del pecado es que seamos limpios de pecado, lo que ha logrado Jesús en la cruz por todos aquellos que, arrepentidos de sus pecados, crean en Él y lo reciban como su Salvador y Señor. La sangre de Cristo derramada en la cruz por nosotros los pecadores, limpia la conciencia de quien con honestidad se duele de haber ofendido a Dios y confiesa sus pecados. Los que hemos pecado estamos destituidos de la gloria de Dios, mas Él nos ha dado una oportunidad para rehabilitarnos y entrar en Su Reino como hijos de Dios reconciliados con el Padre. Alabado sea Él que tanto nos ha amado para darnos una salvación inmerecida.

 

Oración: Señor, estamos destituidos, alejados y fuera de Tu Reino, porque junto a todos los hombres, optamos por vivir en pecado. Perdónanos, Señor, por nuestra rebeldía, orgullo y soberbia de pensar que podríamos vivir prescindiendo de Tu Persona. Nos volvemos arrepentidos para que nos perdones, no ambicionando Tu Cielo sino queriendo agradar a Tu Persona, reconciliándonos Contigo y deponiendo todo orgullo para que seas nuestro Señor, dueño de nuestras vidas, luego que has sido el Salvador de nuestras almas. A Ti sea toda honra y  toda gloria, por los siglos de los siglos, Amén.

 

© Pastor Iván Tapia

pastorivantapia1983@gmail.com

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