“Pero tú,
¿por qué juzgas a tu hermano?
O
tú también, ¿por qué menosprecias a tu hermano?
Porque
todos compareceremos ante el tribunal de Cristo.”
Romanos 14:10
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esde pequeños estamos acostumbrados a juzgar. Escuchábamos a nuestros mayores criticar a otras personas, juzgarlas y a veces menospreciarlas por su forma de vivir, pensar, vestir, en qué gastaban su dinero, qué trabajo ejercían, etc. Este modo de actuar se hizo un hábito en nosotros, el que ha llegado hasta adultos. Todos, cuál más cuál menos, hemos adquirido esta manera de relacionarnos con nuestros prójimos y a veces juzgamos directamente en la cara de las personas, más la mayoría lo hace a sus espaldas, añadiendo a ese juicio la murmuración y así se va produciendo un clima muy negativo en los grupos humanos, sean familia, lugar de trabajo, barrio, etcétera.
Lamentablemente aplicamos muchas veces esta forma de relación en la Iglesia, lo cual es muy dañino pues produce separaciones, divisiones, un ambiente que no cultiva precisamente el amor qué nos recomienda la Palabra de Dios. El Señor nos pregunta, entonces, “¿por qué juzgas a tu hermano?” Es muy frecuente que juzguemos aquello que no nos agrada pero que nosotros mismos lo tenemos. Por ejemplo, somos un poco vanidosos respecto al vestir, al peinado, las joyas, nos preocupamos de tener una buena presencia, pero cuando vemos a alguien que cumple con ello, lo criticamos y juzgamos como una persona vanidosa. A ese juicio que hacemos estamos añadiendo otro pecado, la envidia; quizás lo criticamos porque nosotros queremos aparecer de esa forma y no lo hemos logrado o porque hay un afán de competencia en nuestro corazón. Cuando juzgue a otra persona piense de inmediato en qué está motivada esa crítica. ¿Acaso usted tiene ese problema o siente envidia de aquel o aquella a la que está juzgando?
Antes de continuar con este análisis es preciso decir que una cosa es “juzgar” y otra cosa es “discernir” y todos somos educados desde pequeños para discernir entre el bien y el mal, entre lo bello y lo feo, entre lo correcto y lo incorrecto, lo adecuado y lo inadecuado, Por tanto, una cosa es discernir si una persona está comportándose bien o se está comportando mal, pero juzgar implica condenar, criticar, desvalorizar al otro, es constituirse en un juez, como si fuéramos moralmente superiores. Juzgar, en este caso, es ocupar un lugar superior ante el otro y esto no es lo que el Señor quiere de nosotros.
Él nos dice “¿por qué juzgas a tu hermano?” y agrega “o tú también ¿por qué menosprecias a tu hermano?” Plantea esta pregunta porque en ese juicio qué hacemos estamos menospreciando al otro y en este caso lo hacemos con nuestros hermanos. Usted juzga a otro hermano en la fe; por algún motivo usted lo critica y quizás lo menosprecia. Podemos juzgar a un hermano o hermana poque está ocupando un cargo en la Iglesia y nosotros pensamos que ese cargo no se condice con su capacidad y que mejor lo haríamos nosotros. O usted juzga a un hermano de otra Iglesia porque considera que la doctrina de esa Iglesia no es la correcta; entonces menosprecia a su hermano y a toda su comunidad, cayendo en un pecado de desamor. No estamos llamados a juzgar ni a menospreciar a nuestros hermanos. Por supuesto podemos discernir si alguien está llevando un camino correcto o incorrecto, pero no juzgar, no condenar, no matar espiritualmente. El problema es que el juicio mata. Los únicos que pueden juzgar son Dios y los jueces y si en la Iglesia se levantara un tribunal en algún momento frente a una situación específica que juzgar, habrá también hermanos que juzgarán esa situación o más bien discernirán qué es lo correcto y lo que la iglesia tiene que decidir.
Los cristianos no estamos llamados a juzgar ni a condenar. El juicio pertenece a Dios. Nuestro llamado es a amar y a salvar. El juicio doctrinal déjeselo a los teólogos; nosotros estamos llamados a evangelizar, a ayudar a nuestros hermanos, a edificarlos con una Palabra de vida, con una enseñanza bíblica y a vivir el Evangelio, a mostrar con nuestros hechos cómo es la vida que Dios quiere que vivamos.
En este Texto el apóstol nos recuerda que todos los creyentes
en Jesús vamos a comparecer ante un tribunal. No se trata del llamado “juicio
final ante el gran trono blanco” sino de un tribunal en que Cristo será el Juez
de los cristianos y evaluará cuál fue nuestro comportamiento durante los años
de conversión. Seremos valorados en forma justa por el Único Juez Justo, de
acuerdo con la Palabra de Dios, si la hemos hecho carne en nosotros, si la
hemos llevado a cabo, si hemos cumplido Sus mandamientos, en especial el
mandamiento de amor al prójimo y de amor a nuestros hermanos. Si hemos sido
cristianos que juzgan a sus hermanos, que los critican y menosprecian, por cierto,
recibiremos una reprimenda. No digo que nos mandará al Infierno, pero sí que
pasaremos la vergüenza de ser amonestados por el Señor. La Palabra de Dios dice:
“Porque es
necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que
cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno
o sea malo.” (Romanos
5:10)
Eliminemos, entonces, de nuestros hábitos en la relación con nuestros hermanos y prójimos todo juicio; liberémonos del papel de jueces para ser simplemente hermanos y compañeros de nuestro prójimo, no juzgando ni menospreciando ni criticando. Así nos habremos quitado una carga más de nuestras vidas, brindando a los demás el amor de Jesucristo o por lo menos una relación libre de juicio, una relación no legalista sino en la Gracia de Dios. Qué el Señor nos ayude.
Oración: Amado Padre Celestial, nos
dirigimos a Ti, el Único Juez, para que tengas misericordia de nosotros que
neciamente muchas veces nos hemos constituido en jueces de nuestros hermanos y
prójimo. Perdónanos, Señor; te rogamos que nos ayudes a extirpar totalmente
este mal hábito y que cada vez que seamos tentados a juzgar, criticar o
condenar a un hermano, recordemos que somos pecadores y que sólo Tú eres Santo y
solo Tú tienes el derecho a juzgar. Señor, queremos llegar ante el Tribunal de
Cristo en el Cielo habiendo superado este mal hábito, teniendo un amor humilde,
paciente, tolerante, bondadoso y comprensivo para nuestro prójimo. Te lo
pedimos en el nombre de Jesús. Amén.
©
Pastor Iván Tapia
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