sábado, 4 de julio de 2015

UNA COMUNIDAD MARGINAL.

 
Siento que somos una Iglesia “marginal”. Se llama así a una cosa que está en el margen, en la periferia o límite de algo. Así encontramos en la ciudad poblaciones marginales, las que tienen escasos recursos y son, en cierto modo, despreciadas. Pero marginal en un sentido positivo es la marginalidad como opción, cuando una persona o grupo decide “marginarse” o apartarse del contexto mayor. A veces es necesario hacerlo para no contaminarse, verse perjudicado o por incompatibilidad de pensamiento. 

Contrario a marginarse es “integrarse”, concepto que suena muy bien en la actualidad, pero que conlleva el consentir acciones que nos repugnan y adscribirnos a una ideología que no aceptamos. Es mejor apartarse de algo si el pertenecer a ello implica renunciar a nuestros principios. Continuar en un lugar o grupo por conveniencias personales no es tolerancia sino hipocresía. Jesucristo no se unió a los fariseos, saduceos y maestros de la ley, sino que, además de acusarlos, se marginó de ellos.

No estamos de acuerdo en que la Iglesia asuma el poder temporal ni de ningún tipo; no nos parece beneficioso para la misión singular de los discípulos de Jesucristo. Él nos envió a transmitir Su mensaje y no a gobernar, a hacer política partidista ni a presionar a los gobiernos. Fue muy claro en su declaración: “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí.” 

Mientras existan en este mundo pobres, drogadictos, ex convictos, homosexuales, discapacitados, pensamientos diversos, en fin personas rechazadas por la sociedad y, a veces, lamentablemente, por las Iglesias, será necesario un ministerio especial para ellos, pues Dios ama a todos, especialmente a los postergados y marginales. El corazón de la Iglesia necesita ensancharse y tener comprensión y misericordia para con aquellos que son distintos.  
 
Un mundo marginal necesita una Iglesia que esté en la marginalidad. El único poder de nuestra Iglesia es el amor.
“En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.” (San Juan 13:35)

martes, 23 de junio de 2015

CRISTO ES NUESTRA ROCA



Queridos amigos:

Nos llama la atención la cantidad de veces en que el libro de Salmos compara a Dios con una roca. “El solamente es mi roca y Mi salvación; Es mi refugio, no resbalaré mucho” (Salmos 62:2) dice el texto que memorizamos este mes. De las 20 ocasiones citemos tres más, a modo de ejemplo:

“Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; Mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio.” (Salmos 18:2)

“Inclina a mí tu oído, líbrame pronto; Sé tú mi roca fuerte, y fortaleza para salvarme.” (Salmos 31:2)

“Bendito sea Jehová, mi roca, Quien adiestra mis manos para la batalla, Y mis dedos para la guerra” (Salmos 144:1)

De todos estos salmos, David es el escritor inspirado. Él ha tenido que huir del rey Saúl, esconderse en los cerros, batallar contra sus enemigos y obviamente las rocas en altura han sido su lugar de refugio. La confianza en Dios le ha hecho victorioso en sus luchas y la compañía del Señor ha llenado de fe su soledad; Dios ha sido como una roca en la que encontró refugio seguro, defensa contra el ataque de los enemigos, una fortaleza inexpugnable, un verdadero castillo espiritual.

Decimos que David, el pastor de ovejas, poeta y futuro rey de Israel, es el escritor de estos salmos porque su Autor es Dios mismo, quien los inspiró. El salmista alaba, agradece y pide a Dios que le adiestre para las batallas de la vida y confía que no resbalará mucho, pues está afirmado sobre la Roca de los siglos.

Esta Roca es Jesucristo. Nosotros también, como el salmista, podemos confiar a Él toda nuestra vida y así dejar de vivir atemorizados por las circunstancias o el futuro, culpables por nuestras debilidades y errores, deprimidos por la soledad y los problemas. Entregue todo esto a Jesús para que Él sea su castillo, su libertador, su fortaleza, su escudo, su fuerza, su alto refugio, su Redentor, su gloria, su  porción, su Padre, su Dios, su roca fuerte, su roca de confianza y su salvación, tal como lo fue del rey David. 

 

miércoles, 15 de abril de 2015

ECHA TU ANSIEDAD SOBRE CRISTO.


 
Queridos amigos y hermanos:

No se angustien por los problemas que en estos días deban enfrentar sino que confíen en Dios, “Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.” (1 Pedro 5:7)

En Dios no hay ansiedad. No tiene preocupaciones como nosotros. Contrario a lo que pudiéramos pensar; los problemas del mundo de hoy Él ya los ha resuelto, sabe bien cuáles son sus causas y cómo solucionarlos; lo hará en su momento, no se preocupa sino que se ocupa en ello.

Dios no siente inquietud. No la sintió siendo hombre cuando caminó valientemente hacia Jerusalén, sabiendo que allí sería apresado, torturado y crucificado como un delincuente. No se inquieta porque carece de la inseguridad propia de los humanos. Nosotros somos por naturaleza inseguros, en cambio Dios es Padre de seguridad. Sólo Él puede devolvernos la seguridad.

Él no se atemoriza. ¿Qué cosa creada podría aterrar al Creador? Nada ni nadie; ni siquiera Lucifer, el querubín rebelde, y sus huestes angélicas de maldad, con toda su rebelión, pueden atemorizarle. Ya han sido vencidas por Jesucristo en su intento de perder al ser humano.

Por tanto jamás se angustiará como suele sucedernos a nosotros cuando no podemos pagar las cuentas, cuando tenemos algún desencuentro con nuestros seres queridos, cuando sufrimos alguna enfermedad o nos aqueja la muerte de un amigo querido. Dios no se angustia, no tiene miedo, no es inseguro, no se inquieta ni preocupa, en fin no siente ansiedad.

Dios es seguridad, tranquilidad, calma, confianza, valentía, paz. ¿Cómo no descansar en Él, dejándonos proteger, amar y sostener en su amor?

Dios tiene cuidado de nosotros como el mejor de los padres, porque Él es nuestro Padre amoroso que, desde el cielo, cuida el caminar de sus hijos y los defiende de los enemigos. Los discípulos no vivimos ansiosos por alcanzar metas ni nos angustiamos ante las circunstancias, sino que esperamos en Dios y echamos toda carga en Cristo.

Que Dios les guarde!