domingo, 25 de septiembre de 2016

LIMPIA TU MIRADA


 

La mirada humana es muy distinta de la mirada de Dios. Dice la Biblia “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. / Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos.” (Isaías 55:8,9) Dios ve las cosas desde una perspectiva más amplia, más inteligente y misericordiosa. Sin embargo los humanos vemos sólo hasta donde nuestra pobre visión y limitaciones alcanzamos a percibir; encerramos las cosas en conceptos estrechos y rechazamos todo lo que no se adapta a nuestro particular conocimiento. No vamos más allá de lo que nuestra filosofía de vida o doctrina nos permite aceptar. Miramos la vida a través de unos lentes personales que nos separan de los que usan otra óptica. 

El apóstol Pedro en sus inicios rechazaba la idea de evangelizar a los no judíos. Tan cerrada era su actitud que Dios tuvo que mostrarle una visión mientras oraba: “y vio el cielo abierto, y que descendía algo semejante a un gran lienzo, que atado de las cuatro puntas era bajado a la tierra; / en el cual había de todos los cuadrúpedos terrestres y reptiles y aves del cielo. / Y le vino una voz: Levántate, Pedro, mata y come. / Entonces Pedro dijo: Señor, no; porque ninguna cosa común o inmunda he comido jamás. / Volvió la voz a él la segunda vez: Lo que Dios limpió, no lo llames tú común. / Esto se hizo tres veces; y aquel lienzo volvió a ser recogido en el cielo.” (Hechos 10:11-16) Luego comprendió que el mensaje del Evangelio era no sólo para judíos sino para todo el mundo.

Como el apóstol antes de esta visión, los cristianos solemos cerrarnos a nuestro prójimo y catalogar de falsos creyentes, herejes, inconversos, paganos, idólatras y todo tipo de epítetos que nada tienen que ver con la mirada respetuosa, compasiva y amplia del amor cristiano. Jesús no hizo diferencias entre samaritanos y judíos, mujeres y hombres, amos y esclavos, como lo señala el apóstol Pablo: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. / Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa.” (Gálatas 3:28,29)

Los cristianos necesitamos limpiar nuestra mirada, como lo dijo el Maestro: “La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; / pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?” (San Mateo 6:22,23) ¿Hasta cuándo seguiremos juzgando al hermano por su forma de servir al Señor? ¿Hasta cuándo seremos los “jueces” de otros cristianos y sus iglesias? ¿Cuándo comprenderemos que la Iglesia es más grande que nuestras doctrinas y liturgias particulares? 

Mientras pensemos que nuestra iglesia es la Iglesia verdadera; que nuestra doctrina es la correcta; que nuestra interpretación de la Biblia es la única acertada; que nosotros somos los mejores y únicos cristianos; que todas las iglesias están equivocadas, menos la nuestra; que los líderes de otras iglesias son inmorales y perversos; y vivamos en una continua campaña de crítica y destrucción de la imagen de sus ministros, poniendo la mirada sólo en los defectos, pecados y carencias del hermano, seguiremos atrincherados en la egolatría y el juicio, impedidos de crecer en el amor verdadero de Jesucristo, quien dijo: “No juzguéis, para que no seáis juzgados. / Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. / ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? / ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? / ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano.” (San Mateo 7:1-5)

La mirada de Dios es la que requerimos. ¿Cómo la lograremos? Comprendiendo y aceptando la diversidad en la Iglesia; desarrollando un criterio amplio; despojándonos de una mentalidad legalista, dando lugar a la gracia y el amor; renovando la mente, liberándonos de prejuicios e ideas estrechas para asumir el pensamiento del Evangelio; abriéndonos a la guía del Espíritu Santo y cambiando la actitud de jueces, por la actitud de hermanos y amigos en la fe. ¡Qué el Señor nos ayude en este desafío!