“quien llevó
él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero,
para que nosotros, estando muertos a los
pecados, vivamos a la justicia;
y por cuya herida fuisteis sanados.”
1 Pedro 2:24
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n este texto del apóstol Pedro podemos ver que todos los apóstoles tenían la misma teología, una similar comprensión del Evangelio. La revelación de la expiación sustitutiva es común a todos, como veremos a continuación.
Pedro afirma que Jesucristo “llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero”. Cuando Jesús fue crucificado nos sustituyó en la cruz, Él era el Cordero de la expiación. Esta palabra, expiación, significa eliminación de la culpa o pecado a través del sacrificio de un tercero; en el Antiguo Testamento era un animal, que podía ser un cordero, una paloma, un buey o un chivo, pero en el Nuevo Testamento es un hombre-Dios, Jesucristo, como lo señala Juan el Bautista: “El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.” (San Juan 1:29)
Pedro afirma que el Señor se llevó para siempre nuestros pecados en la crucifixión; en tanto San Juan evangelista expresa lo mismo cuando escribe en el libro de la Revelación: “… Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre” (Apocalipsis 1:5). Entonces Juan señala que el Señor lavó o nos limpió de nuestros pecados.
¿Y qué dice el apóstol Pablo? El apóstol Pablo señala: “Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras” (1 Corintios 15:3) Pablo dice que el Señor murió por causa de nuestros pecados.
Sea que el Señor se llevó, quitó, lavó o murió por nuestros pecados, es claro que Jesucristo en la cruz hizo la expiación por nuestros pecados.
Luego el apóstol Pedro agrega “para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia”. Un tema muy querido por Pablo es la justicia de Dios y cómo se manifiesta en Jesucristo, al que llama “Justicia de Dios”. “Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá.” (Romanos 1:17) Esta justicia Divina se revela al hombre por fe y también por Cristo: “21 Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; / 22 la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, / 23 por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, / 24 siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:21-24)
Para Pablo, como para Pedro, al bautizarnos, morimos al viejo hombre, así como Jesús murió por nosotros, el viejo Adán fue crucificado y destruido el pecado: “5 Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; / 6 sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado.” (Romanos 6:5,6)
Puesto que el cristiano convertido ha sido lavado de sus pecados y muerto al viejo hombre y su iniquidad, ahora vive para la justicia: “17 Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; / 18 y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia. / 19 Hablo como humano, por vuestra humana debilidad; que así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia.” (Romanos 6:17-19)
Finaliza el versículo del apóstol Pedro con la frase “y por cuya herida fuisteis sanados”, citando al profeta que escribió “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.” (Isaías 53:5) Se refiere el texto al Siervo Sufriente que sería el Mesías. Los escritores del Nuevo Testamento citan muchas veces a Isaías; era un libro que conocían muy bien y la idea de la llaga o herida que sufriría el Salvador se identifica con las heridas y crucifixión de Jesucristo.
San Pablo considera que él mismo lleva esas heridas como marcas de la persecución por Cristo: “De aquí en adelante nadie me cause molestias; porque yo traigo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús.” (Gálatas 6:17) Pablo dice estar crucificado con Cristo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.” (Gálatas 2:20) y que el mundo se crucifica a él y él es un crucificado, dice también: “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo.” (Gálatas 6:14) Estas son palabras muy profundas y se refieren no sólo a Pablo sino a todo cristiano. Es lo que todo auténtico discípulo de Jesús vive, la muerte del yo viejo para vivir en Cristo.
En el caso del apóstol Juan, se refiere a la sangre de Cristo como un elemento que nos limpia: “pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7) Nótese que dice de “todo” pecado, lo cual es una maravillosa Gracia de Dios. Jesucristo no se reveló solamente por medio de las aguas del bautismo, cuando se escuchó la voz del Padre y se vio la paloma del Espíritu Santo, sino también por la sangre de Su sacrificio expiatorio: “Este es Jesucristo, que vino mediante agua y sangre; no mediante agua solamente, sino mediante agua y sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio; porque el Espíritu es la verdad.” (1 Juan 5:6) La sangre, entonces, es puesta como testigo de Cristo en la Tierra: “Y tres son los que dan testimonio en la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre; y estos tres concuerdan.” (1 Juan 5:8)
Quizás con diferentes palabras, lenguajes, ejemplos, pero en el fondo los mismos conceptos, los apóstoles y escritores del Nuevo Testamento concuerdan en que Jesús “…llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados.” Amén.
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Pastor Iván Tapia
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