domingo, 2 de enero de 2022

CREER Y HACER

 





“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos,

sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.”

San Mateo 7:21

 

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esús es muy claro, la entrada al Reino de Dios no se trata de palabras sino de acciones. El Padre Dios está en los cielos y para entrar en ese reino superior es necesario hacer Su voluntad. 

A nosotros nos agrada pensar en un reino donde podamos llegar con mucho agrado haciendo ningún esfuerzo. Es cierto que la salvación es gratuita porque el hombre es incapaz de cumplir toda la voluntad de Dios sin el Espíritu Santo. Tal vez con gran disciplina, fuerza de voluntad, deseos de ser alguien muy religioso y haciendo uso del autodominio, alguien pueda parecerse mucho al ideal de persona que Dios busca, pero estamos seguros que eso es imposible de hacerlo en forma perfecta sin Dios. Si una gota de vanidad, si una pizca de autosuficiencia o un poco de menosprecio por el que no lo ha logrado, tiene en su corazón aquella persona tan “santa”, ya no será del todo merecedora del Reino. 

La única forma de alcanzar la salvación de Dios es considerándose pecador, inútil, perdido y no merecedor del Reino, como lo entendió el hijo pródigo: “… Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.” (San Lucas 15:21) Del mismo modo lo expresaba el publicano en su oración: “Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador.” (San Lucas 18:13) 

Para entrar al Reino de Dios hay que pasar por una puerta que es la cruz de Jesucristo. Él murió por nosotros, pagó el precio de nuestros pecados para darnos la salvación, la cual es un regalo de Dios, inmerecido por nosotros que estábamos destinados a la muerte. Sin embargo aquí Jesús parece decirnos lo contrario: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.”  Es que una cosa es la justificación y otra la santificación. Por la cruz Jesucristo nos declara justos ante el Padre ya que Él toma nuestra causa, nuestros pecados son perdonados y quedamos libres de toda culpa. Eso es la justificación. 

Desde el momento que entramos al Reino de Dios comenzamos a vivir bajo la voluntad de Dios y nuestra obligación es obedecer, somos siervos o esclavos del Señor, sometidos a Su Señorío; ya no vivimos según la carne sino de acuerdo a lo dictado por el Espíritu Santo: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.” (Romanos 8:9) Por tanto la vida en el Reino no es tan fácil como decir “Hago lo que quiero pues Dios me perdona todo.” El verdadero cristiano ama a Dios y no quiere ofenderle ni entristecerlo, por tanto se esforzará en la Gracia para hacer la voluntad de Dios. En el Reino de los Cielos, es decir en el Reino eterno, entrarán aquellos que han creído en Jesús y se han esforzado por hacer la voluntad del Padre.

 

© Pastor Iván Tapia

pastorivantapia1983@gmail.com 


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