“Mas Dios muestra su amor para con nosotros,
en que siendo aún pecadores, Cristo
murió por nosotros.”
Romanos
5:8
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n la vida hay cuatro grandes problemas: las pérdidas, la enfermedad, la vejez y la muerte. Todo ser humano los sufrirá. Desde la más tierna infancia vivimos pérdidas, desde el momento que a un niño se le revienta el hermoso globo que le compró papá o cuando se entera que Santa Claus no existe y pierde la ilusión. De allí en adelante perderá juguetes, amigos, a su abuela, después novias o novios, una asignatura, en fin, trabajo, dinero, amores. La vida está sembrada de pérdidas como también de ganancias. Siempre llegan las enfermedades, a veces graves y muy tempranamente: niños con parálisis, leucemia o cáncer, y en la vida adulta comenzará a fallar alguno de los sistemas del cuerpo por el desgaste propio del tiempo, sea la circulación sanguínea, el aparato digestivo, el sistema óseo, etc. Es también una pérdida el deterioro de la salud. Todo ello porque envejecemos. Podemos decir que el bebé que luego es niño, después joven y finalmente adulto va en un proceso de desarrollo, pero también desde que nace, en cierto modo comienza a envejecer. Así esta hecha la vida, llega repentinamente la vejez y amenaza la muerte. La vida puede tomarse de diversas formas: como una tragedia, como una gran aventura, como una secuencia de hechos sin sentido, como una oportunidad de vivir experiencias interesantes en una naturaleza maravillosa… todo dependerá de la actitud que tengamos ante ella y cómo enfoquemos estos cuatro problemas nombrados.
Alguien podrá decir que Dios es un malvado ser sádico o una entidad indiferente al crear un mundo con tanto sufrimiento. Cada persona tiene una particular manera de creer o no creer en Dios. Pero finalmente, sobre todo en el lecho de muerte, todo ser humano se preocupa de qué vendrá después y la tendencia general será a creer en un Ser Superior.
¿Es Dios un Ser malvado o bueno? Él nos creó por amor, quiso tener una familia eterna con Él y nos puso en este planeta con multitud de seres vivos, tanto animales como vegetales, para compartir con ellos, investigarlos, conocerlos y en definitiva administrarlo. Pero intervino en nuestra historia la rebelión, la desobediencia y la incredulidad. Es lo que siempre sucede. Las personas muchas veces dicen ¿Qué tengo yo que ver con Adán y Eva? ¿Porqué me culpan a mi de algo que sucedió hace miles de años, si es que no es un mito? No reconocen que en verdad es la historia de cada hombre y mujer en este mundo y en cada época: nos rebelamos contra Dios, desobedecemos a Sus mandamientos y aunque creamos en Su existencia, no le creemos a Él. Y esa actitud es la que origina la verdadera pérdida, la real enfermedad del alma, el deterioro y la muerte espiritual del ser humano. Es lo que llamamos pecado, es decir transgresión absoluta de la Ley de Dios: “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley.” (1 Juan 3:4)
Sin embargo, Dios no nos borra del planeta, no elimina al ser humano y le da oportunidades una y otra vez, porque lo ama. Dios nos ama y la mayor muestra de Su amor por nosotros es lo que dice el versículo inicial: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” Él estuvo dispuesto a sacrificarse para limpiarnos del mal y lo hizo entregándose en la cruz del Monte Calvario.
Si Dios no nos amara, sencillamente nos habría destruido y reemplazado por otra raza, mas, Él nos amó y fue Fiel a ese amor por la Humanidad. A pesar de ser pecadores, o sea seres que no hacen Su voluntad, Él optó por salvarnos. Dado que “… la paga del pecado es muerte…” (Romanos 6:23), sólo cabía la eliminación de la raza humana, pero como continúa diciendo el mismo versículo, “… mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Romanos 6:23) Alguien tenía que morir, tenía que pagar por el pecado de la Humanidad. Tantos eran los pecados de deslealtad, infidelidad, irreverencia e idolatría, impiedad, desobediencia, asesinato, mentira, adulterio e impureza, robo y deshonestidad, mentira, codicia, ingratitud, que era imposible que un solo hombre cargara toda esa oscuridad sobre sí sin morir. Sólo podría cargar ese peso un ser puro y sin pecado, un hombre-Dios, capaz de vencer la muerte y volver a la vida. Y ese Hombre fue Jesucristo, el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad: “Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos.” (Hebreos 2:9)
Al pagar Jesucristo el precio por nuestros pecados pasados, presentes y futuros, nosotros hemos sido perdonados por Dios, por causa de Cristo; hemos sido limpiados de toda culpa; justificados ante el Padre y hechos hijos de Dios, nacidos de nuevo por la sangre de Jesucristo. Hecha Su obra de Amor perfecto y misericordioso por el ser humano, Resucitado de entre los muertos, ahora es el Señor nuestro y de toda la creación: “pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios” (Hebreos 10:12)
¡Cuántos motivos de gratitud tenemos para con Dios que tanto nos ama y proveyó salvación para nosotros los pecadores!
Oración: ¡Alabado seas Padre Eterno, por el gran Amor que has tenido por la Humanidad pecadora! ¡Cuánto has amado a Tu creación dándonos una y otra vez oportunidades para arrepentirnos y cambiar de actitud y comportamiento! Perdónanos por ser tan infieles y límpianos cada día de nuestros pecados, corrige nuestros errores, ayúdanos a desarrollar las virtudes de Tu Hijo y a superar nuestras debilidades. Hoy nos comprometemos a escuchar Tu voz y seguirte aún, cuando tengamos que sufrir pruebas por pérdidas, enfermedad, vejez o muerte. Te rogamos que ayudes a nuestra fe, en el nombre de Tu Hijo, nuestro Salvador y Señor Jesucristo. Amén.
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Pastor Iván Tapia
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