domingo, 8 de mayo de 2022

SETENTA VECES SIETE

 



“Y si siete veces al día pecare contra ti,

y siete veces al día volviere a ti, diciendo:

Me arrepiento; perdónale.”

San Lucas 17:4 

 

H

ay quienes dicen que los seres humanos no podemos perdonar sino sólo disculpar, y establecen una diferencia entre ambas palabras, dejándole sólo a Dios la facultad de perdonar. Perdonar, según el Diccionario, es “Olvidar [una persona] la falta que ha cometido otra persona contra ella o contra otros y no guardarle rencor ni castigarla por ella, o no tener en cuenta una deuda o una obligación que otra tiene con ella.” Por su parte, disculpar es “Justificar una cosa o a una persona dando pruebas, razones y argumentos, que constituyen la disculpa.” Se puede ver que en ambos términos se está ejerciendo la comprensión y la misericordia con el prójimo, olvidando la falta y justificando esa acción. Incluso disculpar involucra un mayor ejercicio del amor, ya que busca una razón de la falta del otro, como cuando Jesús oró en la cruz por sus victimarios: “Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes.” (San Lucas 23:34) 

Pero el Texto que nos ocupa dice claramente “perdónale”, porque sencillamente perdonar es olvidar la falta cometida contra nosotros, que puede ser una palabra ofensiva, una traición, una mala acción que nos perjudicó, etc. De ese modo se restituirá la relación con aquella persona. Pero ese perdón que el Señor nos enseña a ejercer con el otro tiene la condición de arrepentimiento, pues dice “Y si…volviere a ti, diciendo: Me arrepiento…” Es justo que perdonemos al hermano o prójimo que con un corazón contrito nos pida perdón o nos diga, sin pronunciar la palabra perdón, que está arrepentido del mal que nos hizo. Nuestro deber es perdonarle, de lo contrario estaríamos siendo soberbios. 

Cuando perdonamos al que nos ofendió, el Señor se siente agradado tanto por nuestro perdón como por el arrepentimiento del otro. Entonces es Él quien limpia de pecado a aquella persona que nos dañó. Nuestro perdón no reemplaza al sacrificio de Cristo en la cruz, pero abre paso a la acción del Señor y será Él quien lave con Su sangre la culpa del pecador. Nosotros al pronunciar un “te perdono” estamos abriendo la puerta parta la acción del Señor. 

No es sólo el otro quien comete pecados, también somos nosotros. No estamos exentos de ofender y hacer daño con nuestras palabras y acciones. El Señor sabe que somos débiles en este aspecto e inclinados al mal y por eso nos dice: Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial” (San Mateo 6:14). Aquí nos pone una condición para volver a perdonarnos, que perdonemos nosotros. No está hablando acerca del perdón de los pecados para salvación, cuando nos convertimos a Cristo, sino de los pecados habituales en nuestro caminar cristiano. El camino que hacemos en Cristo no suele ser tan luminoso, vivimos pecando, arrepintiéndonos, siendo perdonados y también perdonando. El acto de perdonar en nuestro caminar en el discipulado es una demostración de humildad y amor verdadero. Si queremos ser perdonados por Dios tenemos que perdonar a otros: mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.” (San Mateo 6:15) 

No son pocos los textos en que el Señor nos exige que perdonemos a nuestros hermanos. Debemos hacerlo, así como Cristo nos perdonó: soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.” (Colosenses 3:13) 

Incluso cuando Jesús nos enseñó a orar, incluyó una cláusula sobre el perdón que debemos dar a otros: “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.” (San Mateo 6:12) 

Así como Dios nos perdona una y otra vez nuestras faltas, debemos hacerlo nosotros. Por lo general no perdonamos consecutivas veces a alguien, salvo que sea un hijo o alguien de nuestra sangre, muy cercano, pero la Palabra de Dios exige: “Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale.” La familia es un buen ejemplo de perdón, aún cuando a veces hay rencillas entre hermanos, pero es más probable que una mamá o papá perdonen las faltas de sus hijos; del mismo modo debe suceder en la Familia de Dios que es la Iglesia y perdonarnos unos a otros. 

El perdón nace del amor. Si tenemos el Espíritu Santo tendremos paciencia y perdonaremos, seremos bondadosos y perdonaremos, tendremos humildad para perdonar, y como el amor “todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.” (1 Corintios 13:7) seremos magnánimos con quien nos dañe y le perdonaremos. 

Oración: Padre, Tú que perdonaste todos nuestros pecados por medio del sacrificio de Tu Hijo, escúchanos en este día y recibe nuestra gratitud por tan grande misericordia. Perdónanos pues muchas veces no somos capaces de actuar cristianamente y ofendemos y dañamos a nuestros hermanos y prójimos faltando al amor. Gracias por enseñarnos que debemos perdonar y que tu respaldarás ese perdón lavando con la sangre de tu Hijo el pecado del que nos ofendió. Danos un corazón humilde dispuesto a perdonar todas las veces necesarias al prójimo arrepentido. Te lo rogamos en el nombre de Jesús, nuestro Salvador y Señor. Amén.

 

© Pastor Iván Tapia

pastorivantapia1983@gmail.com

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