/ “No hurtaréis, y no engañaréis ni mentiréis el uno al otro.”
Levítico
19:11
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a revisión 1960 de la versión Reina-Valera de la Biblia, ha subtitulado este capítulo como “Leyes de santidad y de justicia”, porque efectivamente la Palabra de Dios aquí hace hincapié en la santidad. Comienza el capítulo exhortando a Israel: “…Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios.” (Levítico 19:2) Luego da una serie de órdenes, como respetar a los padres, guardar los días de reposo, dejar la adoración de ídolos; no profanar los sacrificios y ofrendas, so pena de severo castigo. Destaca también una ley de misericordia que ordena: “9 Cuando siegues la mies de tu tierra, no segarás hasta el último rincón de ella, ni espigarás tu tierra segada. / 10 Y no rebuscarás tu viña, ni recogerás el fruto caído de tu viña; para el pobre y para el extranjero lo dejarás. Yo Jehová vuestro Dios.” (Levítico 19:9,10) Esto demuestra que la Ley del Antiguo Testamento contemplaba también favorecer al pobre, lo que trasunta el corazón de Dios, Autor de esa Ley. Dios quiere poner orden sobre un pueblo rebelde y a veces con costumbres imitadas de pueblos paganos. Él desea apartarlos de esos males, purificarlos para hacer de ellos un pueblo santo. Ser santos significa tanto ser “apartados para Dios”, que es Santo, como purificarse actuando correctamente. Esta purificación sólo sería posible con el nuevo nacimiento y la acción del Espíritu Santo.
Cuando se leen estas normas, no queda más que pensar que fueron dictadas no sólo como prevención del pecado sino también porque eran transgredidas por el pueblo. Así es que al llegar al versículo que nos ocupa, es indudable que estamos ante una gente que hurtaba, se engañaba y mentían el uno al otro, además de jurar y utilizar vanamente el nombre de Dios. De todo ello, que tampoco está ajeno a nosotros, se proponía alejar el Señor a Su pueblo.
La escritura no hace esa diferencia sutil entre hurto y robo, porque ambos implican el tomar en forma deshonesta o ilegal algo que pertenece a otra persona. Así la versión Reina-Valera 1960 ha traducido el octavo mandamiento como “No hurtarás” (Éxodo 20:15) en cambio la Reina-Valera Contemporánea tradujo por “No robarás”. El Dios bíblico cree en la propiedad privada, que hay una porción material para cada ser humano, la que puede adquirir por compra, herencia o propia creación y se debe respetar. No tenemos derecho a quedarnos con lo que no es nuestro.
La Biblia enseña que cada cristiano debe trabajar y compartir el fruto de su labor, y no robar. El aprovechamiento del prójimo es una forma de robo. “El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad.” (Efesios 4:28) También nos advierte de no asociarnos con ladrones: “El cómplice del ladrón aborrece su propia alma; Pues oye la imprecación y no dice nada.” (Proverbios 29:24) A veces la religión es transformada de servicio espiritual en un negocio, como acusó Jesús a los que vendían y cambiaban dinero en el templo de Jerusalén: “45 Y entrando en el templo, comenzó a echar fuera a todos los que vendían y compraban en él, / 46 diciéndoles: Escrito está: Mi casa es casa de oración; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones.” (San Lucas 19:45,46). Aquí Jesús está repitiendo palabras del profeta Jeremías 7:11. Los comerciantes asimismo pueden caer en el robo y la usura: “Mercader que tiene en su mano peso falso, amador de opresión,” (Oseas 12:7)
Continúa Levítico señalando “y no engañaréis ni mentiréis el uno al otro.” Porque Dios no quiere que Su pueblo sea deshonesto ni falte a la verdad. Cuando nos relacionamos con mentiras y engaños creamos un ambiente de desconfianza y ocasionamos todo tipo de confusión y problemas en las relaciones humanas. La mentira descubierta se cubre con otra mentira y así no se construye amistad, familia ni un pueblo. Es necesario que exista transparencia para que haya confianza entre las personas. Por eso el apóstol Pedro aconsejará: “10 Porque: El que quiere amar la vida Y ver días buenos, Refrene su lengua de mal, Y sus labios no hablen engaño; / 11 Apártese del mal, y haga el bien; Busque la paz, y sígala.” (1 Pedro 3:10,11) Dios abomina de la mentira, toda vez que Satanás es “padre de mentira”; Dios ama lo verdadero porque Él es Verdad: “Los labios mentirosos son abominación a Jehová; Pero los que hacen verdad son su contentamiento.” (Proverbios 12:22) El salmista David en pocos versos encierra todos estos principios expuestos: “1 Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu monte santo? / 2 El que anda en integridad y hace justicia, Y habla verdad en su corazón. / 3 El que no calumnia con su lengua, Ni hace mal a su prójimo, Ni admite reproche alguno contra su vecino. / 4 Aquel a cuyos ojos el vil es menospreciado, Pero honra a los que temen a Jehová. El que aun jurando en daño suyo, no por eso cambia; / 5 Quien su dinero no dio a usura, Ni contra el inocente admitió cohecho. El que hace estas cosas, no resbalará jamás.” (Salmos 15:1-5)
La mentira es destructiva, todo el problema de la caída de la Humanidad en el pecado se inició con una mentira del diablo y ¡vaya que trajo consecuencias! Por ello debemos desconfiar de la mentira y no utilizarla como protección, como es el caso de las llamadas “mentiras blancas”. El mandamiento es claro, no debemos perjudicar a nuestro prójimo con información falsa: “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio.” (Éxodo 20:16)
¿Hemos
robado algo material, una propiedad intelectual, la honra de alguien, el
precioso tiempo de los demás? ¿Le hemos robado a Dios como lo expresa Malaquías
3:8,9? ¿Acostumbramos a mentir por cobardía, miedo a ser descubiertos, o
porque nos agrada fabular y que los demás piensen que somos más de lo que
verdaderamente somos, o por cualquier otra razón? Pues, esto no le agrada a
Dios y lo ha firmado con un “Yo Jehová vuestro Dios”. Al hurtar, engañar o mentir entre nosotros, le
ofendemos y atentamos contra Su santidad.
Pero hay oportunidad de arrepentimiento para el que roba o engaña. Zaqueo
se arrepintió de haber defraudado como cobrador de impuestos e hizo reparación.
Jesús murió entre dos ladrones que se burlaban de Él, pero uno se arrepintió y
fue perdonado por Dios: “…Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. / … De
cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.” (San Lucas 23:42,43)
Oración: Padre, Tú
eres Santo y pides de nosotros, como hijos Tuyos, las mismas cualidades. Perdónanos
si hemos sido ladrones y engañadores con nuestros hermanos, prójimos y Contigo.
Concédenos la honestidad y valentía para proceder como nos demandas. En el
nombre poderoso de Jesucristo, Testigo Fiel y Verdadero. Amén.
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Pastor Iván Tapia