“9 Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre
que es sobre todo nombre, / 10 para que en el nombre de Jesús se doble toda
rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; /
11 y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios
Padre.”
Filipenses
2:9-11
L |
a humillación del Hijo de Dios se describe en los versículos anteriores a
estos, siendo la exaltación de Jesucristo el resultado de esa humillación. El apóstol
Pablo lo pone como un ejemplo para todo cristiano, el imitar a Cristo en Su
humillación, quedando fuera todo orgullo, soberbia, vanidad y amor a sí mismo:
“5 Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, / 6 el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, / 7 sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; / 8 y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Filipenses 2:5-8)
Aquí nos centraremos en la exaltación de Jesucristo porque ciertamente Él sufrió humillación como Dios al hacerse hombre; se humilló como hombre al nacer en una familia pobre; fue humillado como pobre al ser capturado y tratado como delincuente y blasfemo; y humillado en su dignidad al morir en una cruz.
Mas recibió por ello una recompensa de Dios: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo”. El Padre le resucitó y ascendió, entregándole toda autoridad sobre Su Reino y la Iglesia, es decir le sentó en Su trono:
“20 … resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, / 21 sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; / 22 y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia” (Efesios 1:20-22)
Conocemos a Jesucristo como el Mesías, o sea el “Ungido de Jehová”, como el Salvador del Mundo, nuestro Maestro; Isaías dice que “… se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.” (Isaías 9:6), pero Filipenses declara que Dios “le dio un nombre que es sobre todo nombre”. Es muy importante conocer ese Nombre por lo que implica para el Reino de Dios y para nuestra vida personal. Siempre se ha exaltado que Jesús es nuestro Salvador porque la salvación es la más grande bendición que Jesús nos legó. También es nuestro Creador, el Maestro que nos enseña Su Evangelio, el Príncipe celestial que nos ha perdonado los pecados y dado la paz. Pero hay algo que es mayor que todo eso, un rol superior de Jesucristo que se descubre en los versículos siguientes.
Señala la Palabra que en virtud de ese nombre sucede algo especial en el
Universo:
“10 para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que
están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; / 11 y toda lengua
confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.”
Por ese título y autoridad que Dios le ha concedido a Cristo, se arrodillan todas las criaturas, sea que estén en los cielos, en la superficie de la Tierra o bajo ella. Esto se refiere no sólo a lo visible sino también al mundo invisible. Toda la naturaleza se somete a la voluntad de Dios, excepto gran parte de la Humanidad que vive en desobediencia, pero a pesar de ello Dios le controla. Además de bajar la cerviz, pronuncia con su boca ese Nombre nuevo de Jesucristo.
¿Cuál es el Nombre de Jesucristo revelado por los apóstoles? El nombre de “Señor”, Kirios en griego, que significa Dueño de todo lo creado. En los tiempos de Jesús el Señor era el César, el Emperador que se consideraba dueño de todos los territorios de su imperio, y los bienes y personas contenidos en ellos. “César es el Kirios” decían ellos, pero los cristianos lo negaban proclamando que “Jesucristo es el Señor, el Kirios dueño de la creación”. Los apóstoles proclamaban:
“Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.” (Hechos 2:36)
Las consecuencias que este título de Jesucristo tiene en nuestras vidas como cristianos son tremendas: a) Ya no nos pertenecemos a nosotros mismos, sino que somos propiedad de Jesucristo; b) Ya no somos siervos del diablo y del pecado, sino siervos de Cristo y la justicia; c) Todo lo que tenemos, tanto material como espiritual, le pertenece a Jesucristo, nada nos pertenece, somos sólo mayordomos de lo que se nos ha confiado; y d) Contamos con la completa protección de nuestro Señor, como pertenencia Suya.
El libro de Apocalipsis habla también de un nombre nuevo para los cristianos, un nombre que se da en un juicio que nos considerará blancos, puros, ya limpios: “…y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe.” (Apocalipsis 2:17) Parte de ese nombre es el de ser “siervos” del SEÑOR Jesucristo.
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Pastor Iván Tapia
pastorivantapia1983@gmail.com
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