“Santifícalos en tu verdad;
tu palabra es verdad.”
San Juan
17:17
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ntes de ser apresado y comenzar el camino doloroso hacia la cruz, nuestro Señor hizo una larga oración por Sus discípulos, y por ende por todos los que hemos creído en Él y entregado la vida. Suele llamarse a esta oración la “oración sacerdotal de Jesucristo” porque en ella intercede por los apóstoles y por los que habrían de seguirle.
Reconoce que el Padre le ha dado el poder de dar vida eterna a los que le sigan, en términos de estar para siempre junto a Dios y salvarse del Infierno. Aquí hace una declaración extraordinaria: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.” (versículo 3) Conocer a Dios, verlo, sentirlo, entenderlo, intimar con Él, vivir para siempre junto a Él y en Él, eso es la vida eterna.
Da por terminada la obra que el Padre le encargó y le pide que le regrese a la gloria que tuvo antes que el mundo fuese. También da cuenta de su trabajo con los hombres que Dios Padre le entregó, quienes han guardado Su palabra y han reconocido que esa Palabra procede de Él: “Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar.” (San Juan 12:49)
Los discípulos
creyeron que Dios envió a Jesús; entonces Él ruega por ellos y no por el mundo;
le pide al Padre que conserven la unidad “…que sean
uno, así como nosotros.” (v.11) Le comunica que sólo se perdió “…el
hijo de perdición, para que
Dios nos llama a santidad “…sin la cual nadie verá al Señor.” (Hebreos 12:14) Jesús pide al Padre que nos santifique en Su Verdad, de modo que Su Verdad es el medio por el cual Dios puede limpiarnos del pecado y la maldad para santificarnos. Sabemos que hay dos formas de ver la santidad: 1) Como la acción de Dios que se da por nosotros, toma nuestro pecado, se inmola para darnos el perdón y nos regala la salvación, considerándonos ahora “santos”. Es una santidad por posición en que somos apartados del mundo para Dios; 2) La otra forma es la santidad que se produce paulatinamente en el cristiano por la acción del Espíritu Santo en él a través del proceso de “santificación”. Cuando Jesús pide al Padre que nos santifique en Su Verdad, se prepara a hacer el sacrificio que nos volverá “santos” para Dios y comenzará un proceso de santificación en cada creyente que tome para sí ese sacrificio del Hijo de Dios.
¿De qué modo la Verdad de Dios nos santifica? La Verdad revelada por Jesucristo es el contenido del Evangelio del Reino de Dios. Ese cúmulo de verdades, tales como que Jesucristo es el Hijo de Dios, el Mesías prometido que muere por nosotros para darnos la salvación; que es necesario el arrepentimiento para entrar en el Reino; que es preciso nacer de nuevo, del agua y del espíritu; que la esencia de Dios es el amor y que debemos amarnos unos a otros como Cristo nos amó, etc.; la práctica de ese cúmulo de verdades nos santifica, nos va limpiando, nos da un carácter santo. Sin embargo, desde el primer momento que creemos en Jesús como Salvador y Señor, ya somos considerados “santos” por Dios. Él no necesita que actuemos como santos sin mácula para llamarnos santos porque nos ve al final del proceso, ya santos completos, como lo seremos en el Cielo.
La Verdad de Dios se refleja en Su Palabra; por eso después de pedir “Santifícalos en tu verdad” declara “tu palabra es verdad”. La Palabra que sale de la boca de Dios y está escrita en la Biblia, es el pensamiento de Él para el Hombre, la expresión de Su voluntad para nosotros, lo que Él quiere que pongamos por obra. Su Palabra cumplida en nosotros produce fruto de santidad, incumplida no produce fruto, es solamente palabra escrita y no palabra vivida. A Dios le interesa que Su Palabra sea vivida, actuada, así como el Verbo se hizo carne en Jesucristo, es necesario que el logos se haga rhema, de una palabra escrita en tinta pase a ser a una palabra en acción, vivida por los santos de Dios.
La Palabra de Dios es como el agua que sacia la sed humana de conocer la Verdad; que limpia al manifestar la voluntad de Dios y reflejarnos con nuestras impurezas; que alimenta el alma y el espíritu dándonos una perspectiva profunda de la vida. Por medio de la Palabra el Salvador santifica y limpia a Su Iglesia: “25 … así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, / 26 para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra” (Efesios 5:25)
Pidamos al Señor que una vez más nos santifique, aparte para Él y Su Reino eterno, por medio de Su Palabra que es la Verdad. Amén.
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Pastor Iván Tapia
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