“Tarde y mañana y
a mediodía oraré y clamaré, Y él oirá mi voz.” (Salmos 55:17)
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stas palabras forman parte de la plegaria que eleva
el rey David a Dios, pidiendo la destrucción de sus enemigos traicioneros. Dice
que con furor lo persiguen y que llega a sentir tanto miedo que quisiera volar
lejos, como una paloma. Sólo ve maldad, corrupción y violencia en la ciudad. Su
propia sangre le persigue y quiere matarlo. Mas él confía plenamente en Dios
pues sabe que si echa sobre el Señor su carga, Él le sostendrá.
Confía en Dios que “No dejará para
siempre caído al justo” (Salmos 55:22)
A pesar
de la fe de este rey en Jehová, su Dios; a pesar de sus riquezas, magnificencia
y poder; a pesar de disfrutar del amor de sus esposas y concubinas; de sus
triunfos en batallas; a pesar de sus dones artísticos como salmista, poeta y
músico; en fin a pesar de todas las bendiciones que le dio el Señor, también
tuvo su cuota de sufrimiento, ya producto de la disciplina que Dios quería
darle, ya de su propia desobediencia y pecado. Fue cruelmente perseguido a
muerte en su juventud por el envidioso rey Saúl; y ya mayor fue odiado por su
propio hijo, Absalón, quien muere en forma trágica.
Como David,
todo ser humano se verá en la vida enfrentado a situaciones de conflicto y
dolor. Y también, como él, podemos confiar en Dios y echar sobre Él nuestras
cargas. La fórmula es muy sencilla, tener un breve encuentro personal con Jesús
cada día en tres momentos: por la mañana, al mediodía y por la tarde. La promesa
de la Palabra de Dios es que Dios oirá nuestra oración.
Le invito
a hacer suyo este versículo y ponerlo en práctica desde ahora:
“Tarde y mañana y a mediodía oraré y
clamaré, Y él oirá mi voz.”
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