Queridos
amigos y hermanos:
No
se angustien por los problemas que en estos días deban enfrentar sino que
confíen en Dios, “Echando toda vuestra
ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.” (1 Pedro 5:7)
En
Dios no hay ansiedad. No tiene preocupaciones como nosotros. Contrario a lo que
pudiéramos pensar; los problemas del mundo de hoy Él ya los ha resuelto, sabe
bien cuáles son sus causas y cómo solucionarlos; lo hará en su momento, no se
preocupa sino que se ocupa en ello.
Dios
no siente inquietud. No la sintió siendo hombre cuando caminó valientemente
hacia Jerusalén, sabiendo que allí sería apresado, torturado y crucificado como
un delincuente. No se inquieta porque carece de la inseguridad propia de los
humanos. Nosotros somos por naturaleza inseguros, en cambio Dios es Padre de
seguridad. Sólo Él puede devolvernos la seguridad.
Él
no se atemoriza. ¿Qué cosa creada podría aterrar al Creador? Nada ni nadie; ni
siquiera Lucifer, el querubín rebelde, y sus huestes angélicas de maldad, con
toda su rebelión, pueden atemorizarle. Ya han sido vencidas por Jesucristo en
su intento de perder al ser humano.
Por
tanto jamás se angustiará como suele sucedernos a nosotros cuando no podemos
pagar las cuentas, cuando tenemos algún desencuentro con nuestros seres
queridos, cuando sufrimos alguna enfermedad o nos aqueja la muerte de un amigo
querido. Dios no se angustia, no tiene miedo, no es inseguro, no se inquieta ni
preocupa, en fin no siente ansiedad.
Dios
es seguridad, tranquilidad, calma, confianza, valentía, paz. ¿Cómo no descansar
en Él, dejándonos proteger, amar y sostener en su amor?
Dios
tiene cuidado de nosotros como el mejor de los padres, porque Él es nuestro
Padre amoroso que, desde el cielo, cuida el caminar de sus hijos y los defiende
de los enemigos. Los discípulos no vivimos ansiosos por alcanzar metas ni nos
angustiamos ante las circunstancias, sino que esperamos en Dios y echamos toda carga en Cristo.
Que
Dios les guarde!
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