Siento
que somos una Iglesia “marginal”. Se llama así a una cosa que
está en el margen, en la periferia o límite de algo. Así encontramos en la
ciudad poblaciones marginales, las que tienen escasos recursos y son, en cierto
modo, despreciadas. Pero marginal en un sentido positivo es la marginalidad
como opción, cuando una persona o grupo decide “marginarse” o apartarse del
contexto mayor. A veces es necesario hacerlo para no contaminarse, verse
perjudicado o por incompatibilidad de pensamiento.
Contrario a
marginarse es “integrarse”, concepto que suena muy bien en la actualidad, pero que
conlleva el consentir acciones que nos repugnan y adscribirnos a una ideología
que no aceptamos. Es mejor apartarse de algo si el pertenecer a ello implica
renunciar a nuestros principios. Continuar en un lugar o grupo por
conveniencias personales no es tolerancia sino hipocresía. Jesucristo no se
unió a los fariseos, saduceos y maestros de la ley, sino que, además de
acusarlos, se marginó de ellos.
No estamos de
acuerdo en que la Iglesia asuma el poder temporal ni de ningún tipo; no nos
parece beneficioso para la misión singular de los discípulos de Jesucristo. Él nos
envió a transmitir Su mensaje y no a gobernar, a hacer política partidista ni a
presionar a los gobiernos. Fue muy claro en su declaración: “Mi reino no es de este mundo; si mi
reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera
entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí.”
Mientras
existan en este mundo pobres, drogadictos, ex convictos, homosexuales, discapacitados,
pensamientos diversos, en fin personas rechazadas por la sociedad y, a veces,
lamentablemente, por las Iglesias, será necesario un ministerio especial para
ellos, pues Dios ama a todos, especialmente a los postergados y marginales. El corazón
de la Iglesia necesita ensancharse y tener comprensión y misericordia para con
aquellos que son distintos.
Un
mundo marginal necesita una Iglesia que esté en la marginalidad. El único poder
de nuestra Iglesia es el amor.
“En
esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.” (San Juan 13:35)
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