“Así también la fe, si no tiene obras, es
muerta en sí misma.”
Santiago 2:17
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l contexto en que figura este versículo está hablando de alguien que tiene pobreza de ropas y además de alimentos, y un cristiano le dice que vaya en paz, se abrigue y alimente, pero nada le da, sólo una bendición. Mas un buen deseo es sólo eso, lo que realmente demuestra mi interés en la persona es ayudarle en sus necesidades, apoyarla en lo que le aflige. No podemos ejercer el cristianismo sólo en base a buenas intenciones sino que a acciones concretas. Así se vive el amor verdadero y la fe verdadera.
Podríamos decir que hay, desde este punto de vista, dos maneras de vivir la fe: una fe teórica, muy ilustrada, intelectual y hasta bella en palabras; y por otro lado, una fe concreta, práctica, que se expresa en acciones, quizás poco adornada con conceptos pero rica en amor, misericordia y bondad. En otras palabras: una fe muerta y una fe viva.
Un cadáver no tiene vida, no se mueve, no piensa, no siente, evoca a una persona que ya no está. La fe muerta es como ese cadáver: no tiene vida, no se mueve en pos de las necesidades de las personas; no piensa más allá de las doctrinas que tanto le interesan; no siente conmiseración y por tanto no actúa con misericordia; evoca a una persona que ya no está, un Jesús histórico, del pasado y que no vive hoy, aunque declare creer en la resurrección.
El individuo que está vivo se moviliza, tiene sentimientos, sensibilidad, piensa en distintas direcciones, es creativo, se relaciona con personas y grupos; a veces se equivoca, respira, come, duerme, tiene un aspecto saludable o enfermo, pero continúa vivo; en fin tiene vida y se le nota, además lo demuestra. La fe viva también es así:
- Se moviliza, actúa, quiere poner por obra el Evangelio, busca amar y evangelizar.
- Tiene sentimientos, ama al prójimo y a los hermanos. Cuando oscurece su corazón algún sentimiento de rechazo u odio, reacciona ante él y pide a Dios ser cambiado.
- Demuestra sensibilidad por los desdichados de este mundo, por los que sufren diversos problemas materiales, sociales, psicológicos, espirituales, etc. y quiere resolverlos de algún modo. Procura hacerlo en la acción. Allí nacen los ministerios de misericordia y también los de evangelismo.
- Piensa en distintas direcciones, porque está viva esa fe; quiere obrar de alguna forma, poner en ejercicio el mandamiento del Señor de predicar, amar, servir, enseñar Su Evangelio.
- Es una fe creativa, no se conforma con los métodos tradicionales o ya probados. No los desprecia, los utiliza, pero también busca nuevas formas de acceder a la gente, porque entiende que el ser humano y sus costumbres van cambiando y se desarrollan en distintas direcciones.
- Es una fe que se relaciona con personas y grupos; no es aislada ni solitaria, busca socios y equipos para tener más influencia en el mundo. Crea ministerios y asociaciones para optimizar la evangelización y avance del mensaje de Jesús.
- La fe viva a veces se equivoca, pero no decae por eso sino que aprende, saca lección y sigue adelante.
- La fe viva respira, es decir que es una fe con oración, tiene vida devocional de relación permanente con Jesús y por eso se mantiene vital.
- La fe viva come, se alimenta de la Palabra de Dios, no como un ejercicio intelectual de acumulación de conocimientos sino para crecer integralmente y tener más herramientas para servir a los necesitados.
- La fe viva a veces duerme, pero sigue consciente. Lo hace para descansar y recibir del Señor sueños reveladores. No duerme en el sentido de la inconsciencia sino que para renovar energías y continuar sirviendo en la obra de Dios.
- La fe viva puede tener un aspecto saludable o enfermo, pero continúa viva. Si es saludable sirve ciento por ciento; si está enferma el Espíritu la sana, la limpia, le da nuevas energías y la levanta para el servicio.
- A la fe viva se le nota la vida porque la demuestra en obras de Amor.
Jesús siempre nos invita a la vida en todo aspecto, a tener una fe viva, un amor real, una paz auténtica, una esperanza viva, porque en Él está la “vida” (San Juan 1:4). Jesús otorga vida a los que creen en Él y ya no son más “muertos en vida” (San Juan 5:21). Él es un Alimento en Sí mismo y no se refiere exclusivamente al acto de comer el pan en la Santa Cena sino a alimentarse de Sus pensamientos, sentimientos y Espíritu (San Juan 6:35) porque Él es el Pan de Vida (San Juan 6:48) y la Luz de la Vida (San Juan 8:12). Por tanto, como Simón Pedro, decimos: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes Palabras de Vida eterna” (San Juan 6:68).
Pastor Iván Tapia
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