La palabra metamorfosis es un
vocablo griego que se traduce como “transformación”. Siete veces habla la
Biblia de transformación, comenzando en el libro de Job cuando se lee “El (Dios) atrae las gotas de las
aguas, al transformarse el vapor
en lluvia” (Job 36:27). La mano del
Señor está en todos los procesos naturales, porque como Creador planificó cada
detalle del universo.
También interviene en la Historia
de la Humanidad. Pregunta el profeta Isaías: “¿No eres tú el que secó el mar, las aguas del gran abismo; el que
transformó en camino las
profundidades del mar para que pasaran los redimidos?” (Isaías 51:10) recordando aquellas ocasiones en que liberó a Su
pueblo del dominio egipcio, abriendo el Mar Rojo milagrosamente.
Pero también nos habla de transformaciones
mentales, cuando recomienda en una carta del apóstol Pablo: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la
renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena
voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Romanos
12:2) La palabra conformarse significa aquí “tomar la forma” del mundo
materialista y sus costumbres adversas a Dios. Dice que la transformación de
nuestro carácter sólo será posible si renovamos nuestro entendimiento de las
cosas. Al producirse el cambio, recién se puede comprobar la voluntad de Dios
para con nosotros. Renovación de la mente y transformación del modo de vivir
(pensar, sentir, actuar) están íntimamente ligadas.
Otro modo de transformación del cual nos habla la Palabra de Dios, es la resurrección,
que significa volver a vivir, pero de un modo distinto: “He aquí, os
digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, / en un momento, en un
abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los
muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados.” (1 Corintios 15:51,52) Esta profecía es extraordinaria y para
algunos, difícil de aceptar la posibilidad que los muertos un día vuelvan a la
vida. La transformación será de huesos secos, de cenizas, a un cuerpo
diferente, glorificado como el cuerpo de Jesús al resucitar, con unas
capacidades muy distintas a las que nuestro cuerpo tiene ahora. El mismo
concepto de Corintios se reitera en Filipenses: “el cual transformará
el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la
gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas
las cosas.” (Filipenses 3:21) Sólo
un poder Superior podrá hacer esto.
Pero de todas las formas de
transformación que la Biblia nos enseña, la que por ahora debe ocuparnos es la
de nuestra personalidad. Si nos creemos cristianos, creyentes, discípulos de
Jesús o el calificativo que prefiramos, hemos de ser consecuentes con lo que el
Maestro nos enseñó. No siempre somos coherentes con nuestro pensamiento ni
vivimos en todas las cosas Su ideología centrada en el Amor. Por eso se nos
recuerda: “Por tanto, nosotros
todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en
la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.” (2 Corintios 3:18) Hay una operación espiritual que Dios hace en Sus
seguidores obedientes, los que creen en Él y Su Hijo. Tal operación consiste en
mirar, contemplar, admirar, conocer y experimentar a Jesucristo. Así, por obra
del Espíritu Santo, se va produciendo una transformación de nuestro modo de
ser, día a día, pero sólo si lo miramos a Él. Si usted no mira diariamente a
Cristo ni cree que Él pueda transformarle, jamás cambiará. A Él se le mira en
oración, meditación, contemplación, conversando con Él, leyendo y reflexionando
Su Palabra y escuchando la Voz interior del Espíritu Santo.
Tal como atrae las gotas de las aguas y las transforma en neblina y luego en
lluvia, Dios puede levantar y transformar su vida en una refrescante lluvia de
amor permanente para usted y quienes le rodean. Le invito a vivir esa
metamorfosis espiritual con Cristo.