Si
usted es norteamericano o europeo no tome en cuenta este mensaje.
Durante
mis años de ministerio he visto algo que es, al parecer, típico de nuestra
cultura latinoamericana. Cada vez que hablo a una persona acerca de Jesús, el
Evangelio o mi creencia en Dios, de inmediato surge la frase “yo soy católico”
o explicaciones como estas: “desde chico fui creyente y creo en Dios”, “yo no
me cambio de religión”. Y si me presento como pastor, no faltará la pregunta “¿pastor
evangélico?”. Todas estas frases son como un escudo que las personas se ponen
por temor quizás a ser sacadas de su posición de fe. Cuando nuestra única
intención ha sido hablar de Jesucristo y el gran amor que nos une a Él, ellos
sienten esto como un ataque o invasión de su intimidad, como una ofensiva “evangélica”,
no del “evangelio de Jesús” sino de una iglesia evangélica, o “canuta” como
suelen llamarla.
¡Qué
lamentable es esta reacción, toda vez que lo único que nos mueve es el
auténtico anhelo de dar a conocer la fe de Jesús! Pero muchos católicos y
personas que han sido educadas en la cultura católica latinoamericana, no lo
ven así. Ellos creen que estamos invadiendo un territorio para hacer que todos
renieguen de esa forma de fe y hacerlos “evangélicos”.
Admito
que hay numerosos hermanos evangélicos que tienen una prédica agresiva y
radical contra el catolicismo, que critican sus formas de culto y creencias,
que no respetan su modo de vivir el cristianismo. Pero no son todos así. Creo que
puede existir un diálogo respetuoso entre católicos y evangélicos. ¿Acaso no
creemos en el mismo Dios Autor de la vida, en el mismo Salvador y Señor de la
Humanidad, y en igual Espíritu Santo? Por supuesto que hay interpretaciones de
la fe y la Biblia en las que diferimos, pero el amor cristiano debe conducirnos
hacia aquello que nos une y no a lo que nos separa.
Las
cúpulas religiosas pueden ordenar o sugerir esta relación con decretos y normas
eclesiales, pero finalmente el asunto se resuelve en la calle, la familia, el
hogar, el trabajo, la escuela, allí donde compartimos católicos, evangélicos,
creyentes de otras iglesias, agnósticos, ateos y librepensadores. ¿No debiera
ser la tolerancia, respeto y buena voluntad, en definitiva el amor, la virtud
que gobernara nuestras relaciones en torno a las creencias?
Necesitamos
acercarnos, conocernos, aprender de los otros. He conocido muy buenos
cristianos católicos, personas con verdadera fe y solidarios con el que sufre. También
he conocido personas que se dicen cristianas, pero son el vivo ejemplo de la cizaña
en la parábola de Jesús, “cristianos” que hacen mucho mal a la Iglesia. Por otro
lado, leyendo acerca de las diversas doctrinas de las iglesias y comparándolas
con las vivencias de los creyentes, me he dado cuenta que no todos vivimos
conforme a ellas; una cosa es la teoría religiosa y otra su práctica. A nuestro
juicio, la causa de esto no es la hipocresía, la ignorancia o la falta de
compromiso con la fe, sino la percepción personal de Dios y la fe, sujeta a la enorme
diversidad humana.
Debo
refrendar esta reflexión con las palabras del apóstol Pablo a los cristianos de
Éfeso:
“Yo pues, preso en el
Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis
llamados, / con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los
unos a los otros en amor, / solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el
vínculo de la paz; / un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados
en una misma esperanza de vuestra vocación; / un Señor, una fe, un bautismo, /
un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos.” (Efesios 4:1-5)
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