“No nos cansemos, pues,
de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. / Así
que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la
familia de la fe.”
Gálatas 6:9-10
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veces nos desanimamos por la escasa o nula
respuesta de las personas a nuestros intentos de ayudarles; o porque no
obtenemos un resultado de una acción generosa de nuestra parte. Nos cansamos,
nos desmotivamos al no haber respuesta; quizás dependemos demasiado de una respuesta
para hacer el bien. No debiera ser así y sólo contentarnos con el puro hecho de
ayudar, servir, amar, sin esperar ninguna recompensa, ni siquiera la gratitud
del otro.
Por
un lado tenemos nuestro error de abrigar expectativas del ser humano y no de
Dios. La mirada del creyente que sirve a su prójimo, debe estar puesta en
primer lugar en Cristo: “De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de
estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.” (San Mateo 25:40)
Por
otro lado está el error del prójimo caído, naturalmente ingrato y poco feliz,
incapaz de apreciar el amor verdadero de Dios. Necesitamos desarrollar
paciencia con ellos y ellos despertar de su sueño y abrir sus corazones al
llamado de Cristo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo
os haré descansar.” (San Mateo 11:28)
Así
es que, cada vez que el Señor ponga delante suyo alguien a quien ayudar con un
consejo, una palabra de Dios, un apoyo material o sencillamente su atención,
hágalo con fe sencilla y amor verdadero, como para el Señor: “Y todo lo que
hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; / sabiendo que del Señor recibiréis la
recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.” (Colosenses 3:23,24)