"Él le dijo a la mujer:
—Tu fe te ha salvado; vete en paz."
San Lucas 7:50
Jesús,
Dios hecho hombre, trató a las mujeres no como inferiores ni seres apartados de
la vida social, sino como personas dignas de ser escuchadas, amadas y
respetadas. Ellas oían sus enseñanzas y eran testigos de sus milagros y sanidades,
entonces le seguían y se comprometían en el ministerio del Salvador. Numerosas mujeres
le acompañaban como discípulas, tan respetables e importantes como los
apóstoles.
Jesús
rompió las costumbres de la época en que vino a la Tierra, hablando con ellas,
aunque fuesen extranjeras (samaritanas, sirio-fenicias o de otra nación) o
consideradas pecadoras (adúlteras, no judías). Tuvo un criterio amplio para
relacionarse con mujeres y hombres; no hizo distinciones por sexo, situación económica,
religión o edad. Todo ser humano es digno del respeto y el amor de Dios.
Desde
el hecho que para nacer lo hizo a través de una mujer, María de Nazaret, quien
le amamantó y le condujo, junto a su esposo José, en sus primeros pasos como
ser humano, hasta dejarla encargada a su discípulo Juan, para cuando él
muriese, es que el Señor no tuvo en poco a la mujer.
El
cristianismo devuelve a ella su dignidad de ser humano integral (espíritu, alma
y cuerpo) con un rol social que va más allá de ser madre y esposa.
Por
eso en el Nuevo Testamento, a pesar de que no hay escritos hechos por ellas, sí
se nombran mujeres tan importantes como:
- Febe, la diaconisa que ayudó a San
Pablo y las iglesias.
- Priscila, esposa de Aquila, ambos
líderes de la Iglesia en Éfeso.
- Loida y Eunice, la abuela y la madre
del obispo Timoteo.
- Lidia de Tiatira, una mujer de
empresa, fundadora de la Iglesia de Filipos, junto al apóstol.
Las
mujeres trabajaron codo a codo con los varones en la Iglesia del primer siglo. Se
piensa que incluso hubo una llamada Junia, quien tuvo la dignidad de apóstol,
pero la cultura machista habría apagado esa corriente en la Iglesia.
La
mujer aporta sensibilidad, inteligencia espiritual, misericordia, espíritu maternal,
en fin practicidad al desarrollo de la comunidad cristiana. Jesús ama a la
mujer y quiere su participación plena en la evangelización, enseñanza y
pastoreo de las almas.
El Evangelio de Lucas, capítulo 10, versos 38
al 42, retrata muy bien la relación de Jesús con sus amigas y discípulas: “Aconteció que yendo de camino, entró en una
aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. / Esta tenía una
hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su
palabra. / Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo:
Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me
ayude. / Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con
muchas cosas. / Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena
parte, la cual no le será quitada.”