"8 Tenemos una pequeña hermana,
Que no tiene pechos;
¿Qué haremos a nuestra hermana
Cuando de ella se hablare?
9 Si ella es muro,
Edificaremos sobre él un palacio de plata;
Si fuere puerta,
La guarneceremos con tablas de cedro.
10 Yo soy muro, y mis pechos como torres,
Desde que fui en sus ojos como la que halla paz.”
(Cantares 8:8-10)
He
aquí un fragmento del hermoso libro El Cantar de los Cantares de Salomón, uno
de los escritos más poéticos de la Biblia. Es el más estupendo cantar; de allí
su título. Es el diálogo amoroso entre un amado y su amada, y contiene todos
los aspectos emotivos, sentimentales y eróticos que conlleva una relación sana
entre un hombre y una mujer. Trasunta este libro, además, el deseo del alma humana
por alcanzar al Dios Amado y fundirse con Él en una profunda relación
espiritual de amor. Todo ser humano está hambriento de Cristo, el Amado, y
necesita encontrar el camino hacia Él.
En este texto quiero destacar sólo dos
palabras que pueden ayudarnos a esclarecer el camino que cada alma tomará en
ese encuentro con Dios. La estrofa comienza diciendo "Tenemos
una pequeña hermana, Que no tiene pechos” Es una hermana menor, aún no se
ha desarrollado como mujer, es apenas una niña. Ella ya nació y ha crecido un
poco, pero aún “no tiene pechos”, es
decir no puede amamantar ni dar a luz otra vida.
En sentido simbólico, es el alma que aún no
ha madurado en su fe, de tal modo que esté capacitada para dar vida a otros
para que conozcan a Jesús. Es un novato, alguien que necesita ser guiado por un
padre espiritual o un hermano mayor, ser alimentado en la Palabra de Dios y cobijado
en su fe.
“¿Qué
haremos a nuestra hermana Cuando de ella se hablare?” expresa el escritor;
le preocupa el prestigio de su hermanita, quien aún es muy joven para exponerse
sola al mundo. Cuando recién caminamos el sendero de la fe, si estamos solos
nos veremos enfrentados a muchos peligros espirituales y tentaciones de las
tinieblas; necesitamos ser acompañados por hermanos experimentados en el camino
de Cristo.
Los versos siguientes nos señalan la ruta
que un cristiano puede tomar en su proceso de crecimiento espiritual, porque
debemos entender que la fe no estática sino un constante desarrollo, un proceso
dinámico que apunta a la formación de una espiritualidad madura. A esta altura nos
enfrentamos a una encrucijada, tendremos que optar por una de estas dos formas
de continuar el Camino: ser muro o ser
puerta.
Muchos son los errores que se cometen en la
vida cristiana por desconocer quiénes somos, por no tener el autoconocimiento de
los dones y capacidades que Dios nos ha dado para servirle a Él y al prójimo. La
pregunta de Saulo, en el camino a Damasco, cuando Jesucristo se le reveló, fue “¿Señor, qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:6) Es la interrogante que todo
cristiano debe hacerse en la huella del discipulado. Pero no podremos recibir
respuesta a ella si primero no nos conocemos a nosotros mismos. En verdad
debiésemos preguntarnos ¿Quién soy yo? Conociendo
nuestros talentos naturales y carismas dados por el Señor, podremos
encaminarnos mejor en el servicio cristiano, evitando frustraciones y errores. La
respuesta está en nuestro interior, presta a ser sacada a la luz, “Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas
del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie
conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.” (1 Corintios 2:11)
El Cantar de los Cantares señala en este
fragmento dos alternativas para el alma en desarrollo: ser muro o ser puerta. Pregúntese el lector ¿soy muro o soy puerta?
Veamos las características de ambas formas de vivir a Cristo.
a)
Ser muro. “Si ella es muro, Edificaremos sobre él un
palacio de plata”. Los muros de una casa protegen de los ataques externos y
de las inclemencias del tiempo. También permiten la intimidad familiar, el
descanso del trabajo y las luchas de afuera. Los muros dan forma a la casa y
sobre ellos, como lo señala el texto, se puede seguir edificando, toda vez que
estén plantados sobre un buen cimiento. El
muro es construido en función de los habitantes de la casa.
Un cristiano
llamado a ser muro buscará la
protección del rebaño, su desarrollo espiritual, su crecimiento en virtudes
cristianas; su principal preocupación será el pueblo de Dios. Será
alguien que desarrolle un olfato especial o discernimiento de los peligros y
pecados que acechan las almas. Brindará a sus hermanos el calor espiritual que
necesitan, lavará sus pies del polvo del camino. Algunos cristianos “muros” ejercerán
el ministerio en alguna de sus formas, edificarán la Casa de Dios.
b)
Ser puerta. “La
guarneceremos con tablas de cedro.” La puerta es la entrada y salida de una
casa, permitiendo el acceso a ella. No puede haber casa sin puerta, ya que sus
habitantes requieren relacionarse con el exterior tanto como entrar y
refugiarse en ella. La puerta existe en función de los que están fuera de la
casa y para que sus habitantes se contacten con ellos. Una buena puerta es
firme y bien protegida con la mejor madera.
Un cristiano
llamado a ser puerta se siente movido
a explorar fuera de los ámbitos seguros de la Iglesia, para servir y atraer a
las almas perdidas. Su pasión, como el buen samaritano de la parábola, es ir de
camino, acercarse a los necesitados, vendar sus heridas, ungirles con Espíritu y
brindarles el amor de Jesucristo; y conducirles al mesón, que es la Casa del
Señor (San Lucas 10:33,34) Los
discípulos puerta desarrollan una fe firme,
bien cimentada en la Palabra y la oración en el Espíritu, son de buena madera
espiritual.
Ambas funciones, ser muro y ser puerta, son necesarias e imprescindibles para la
vida de la Iglesia. Los primeros posibilitan el crecimiento interno de la Casa
de Dios y el desarrollo de los discípulos; los segundos, la extensión del
Evangelio y el crecimiento externo de la Iglesia.
Querido hermano y hermana ¿Cuál es su
llamado? Es muy importante que usted identifique la vocación que el Señor ha
sembrado en su alma. Sea usted muro o puerta, ejerza sus dones con libertad y
gozo. Sea su llamado cuidar de sus hermanos o de los que sufren, su alma será muy
amada por Cristo y al final de sus días podrá decir: He sido feliz “desde que fui en sus ojos como la que halla paz.”
Y si aún no conoce a Jesús, puedo decirle
que Él está golpeando a la puerta de su corazón. Él mismo es la Puerta al Reino
de Dios. Abra ahora su alma a Él y encontrará completa satisfacción para su
espíritu. Escuche Su llamado que dice “He
aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta,
entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.” (Apocalipsis 3:20)