jueves, 26 de agosto de 2010

SEÑALES DE LOS TIEMPOS.


El Maestro de Galilea enseñó a sus seguidores a comprender las señales de los tiempos. Les decía: ustedes son capaces de predecir cuando habrá lluvia y cuando no, sin embargo son incapaces de entender las señales de Dios. En otras palabras, el lenguaje del Creador. Para los que son más bíblicos, transcribiré exactamente sus palabras: “Vinieron los fariseos y los saduceos para tentarle, y le pidieron que les mostrase señal del cielo. / Mas él respondiendo, les dijo: Cuando anochece, decís: Buen tiempo; porque el cielo tiene arreboles. / Y por la mañana: Hoy habrá tempestad; porque tiene arreboles el cielo nublado. ¡Hipócritas! que sabéis distinguir el aspecto del cielo, ¡mas las señales de los tiempos no podéis!”[1]

Podemos escuchar a Dios en la lectura de la Biblia y en la prédica de la Iglesia cada domingo, pero no es la única forma en que Él habla al ser humano. Es evidente que también lo hace por medio de los acontecimientos diarios. Con razón hay un libro dentro de la Sagrada Escritura, que se titula Libro de los Hechos. Las circunstancias de la vida podrían enseñarnos mucho si pusiéramos atención a ellas y procuráramos entender lo que Dios quiere transmitirnos. Es algo así como un mensaje en clave. ¿No es acaso este mismo texto que usted lee ahora, un mensaje en clave? De acuerdo a la teoría de la comunicación, yo soy el emisor que dejo por escrito mis pensamientos en un sistema alfabético en idioma español; el escrito es el mensaje que tiene un código y un significado; y usted es el receptor que debe comprender mi idioma, decodificar el alfabeto e interpretar el mensaje. Pues bien, gran parte de lo que sucede en el mundo es un mensaje de Dios para el ser humano.

Usted quizás se estará preguntando ¿y qué querrá decirnos Dios ahora? Si atendemos a las palabras de la Santa Biblia, nos daremos cuenta que el mensaje y urgente preocupación de Él es salvarnos. Pero ¿salvarnos de qué? Sencillamente de no conocerlo a Él. Imagínese usted qué hermoso sería pasar una eternidad junto a un Ser pleno de amor, que irradia paz y habla sólo palabras de sabiduría. Piense usted por un momento que tremenda bendición sería para cualquiera de nosotros estar para siempre con alguien que sólo piensa en el bien de todos. Eso es lo que llamamos santidad. Y es lo que Dios anhela fuertemente transmitir a esta humanidad hoy día tan complicada.

Ahora suponga lo contrario, que jamás podrá gozar de paz en su alma; que la conciencia le estará recordando por una eternidad todos sus errores, malos pasos, actos inadecuados y pecados; que viva para siempre sin el amor de alguien, sin que nadie le consuele y, al contrario, le mortifiquen con palabras de odio, rechazo y desesperanza. ¿No sería eso el Infierno? No necesitamos pensar en llamas de fuego ni en gusanos que horaden la carne, pues ya esa condición espiritual negativa, por rechazar y alejarnos del Creador, nos ha condenado a la infelicidad.

Esta es la urgencia del Señor: transmitirnos su mensaje salvador. Somos los ahogados que estamos tragando agua y damos manotazos buscando algo o alguien de quien asirnos, y Él nos lanza su salvavidas. Ese salvavidas es una Persona, el Salvador del mundo: Jesucristo.

Pero volvamos al planteamiento inicial. Les decía que Dios nos habla a través de los hechos. Pues bien, Dios nos ha hablado fuertemente en estos días, en que 33 mineros fueron atrapados en las profundidades de la tierra por el derrumbe de la mina donde laboraban. Todo el país fue conmovido por esta noticia y solidarizó con ellos y sus familias que valientemente y con la fe puesta en Dios armaron un campamento, al que llamaron campamento Esperanza, alrededor de la mina. Después de 17 días los rescatistas lograron comunicarse con ellos y recibimos la feliz noticia de que todos están con vida.

Jesús hablaba a sus discípulos por medio de parábolas, pequeños cuentos o alegorías que, valiéndose de hechos cotidianos a los oyentes –como la pesca, la siembra, la cosecha, el dinero, etc. –transmitían, al interpretarse debidamente, un mensaje espiritual. Así tenemos la parábola del sembrador, de la red, de la perla preciosa, del hijo pródigo, y tantas otras muy conocidas por todos.

En los hechos acaecidos en la mina San José del norte de Chile, también hay un claro mensaje para nosotros. Sólo necesitamos interpretarlo. Con mi esposa, aparte de emocionarnos con los hechos que la televisión nos relataba y mostraba, nos sorprendíamos minuto a minuto por la evidencia del lenguaje de Dios allí.

Lo que primero llama nuestra atención es la cantidad de hombres atrapados en la mina. Y sus familias destacan tal número poniendo 33 banderas con sus nombres en un montículo. También encienden 33 cirios o velas. ¿Acaso no vivió nuestro Señor 33 años sobre la tierra? Y esos 33 años le bastaron para hacer toda su gran obra, la que culminó en la cruz del monte Calvario. En 33 años predicó con su ejemplo y luego con sus palabras el mensaje del Evangelio, la buena nueva de que Dios quiere salvar al hombre y establecer Su Reino en la tierra. Recordemos que plantar una bandera es señal de tomar un territorio; encender una vela es la voluntad de iluminar al mundo. Indudablemente que las familias del norte lo hacían por amor a sus parientes atrapados, pero Dios nos estaba hablando a todos. Sólo necesitamos comprender el mensaje.

La misma condición física de esos hombres nos habla de la condición espiritual en que la humanidad entera se halla hoy, atrapada en densa tiniebla de ignorancia, egoísmo y maldad, sin luz de Dios, por su incredulidad. ¿No está nuestra sociedad derrumbada en sus valores y creencias? ¡Cuánto necesitamos ser rescatados de ello!

Pero hay esperanza, sí, hay siempre un campamento en la boca de este túnel; un grupo de personas no menor, que tiene esperanza en Dios, que cree al mensaje del Salvador del mundo y que continuamente ruega por todos y anuncia a cuanto ser en tinieblas encuentra en su camino. Ese campamento somos nosotros, la Iglesia. Lo diré más claramente: usted, sin importar la Iglesia en la que profese su fe, es parte del campamento de la esperanza. El único tesoro que tiene este país es la fe. Nada obtenemos con tener cobre, mar, petróleo, fruta, vinos, si no tenemos aquel producto espiritual que nos llevará a la eternidad: la fe. Es lo más preciado, lo único que puede salvarnos, la fe en Jesucristo. Pues “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.”[2]

Mayor fue nuestra sorpresa cuando a los 17 días supimos de ellos y que estaban salvos! ¿No tocó tierra el arca del patriarca Noé, al día 17 del séptimo mes? No quiero parecer cabalista ni experto en numerología, pero es muy curioso que sea esa la cantidad de días necesaria para anunciarnos de su rescate. Los pasajeros del arca fueron salvados del diluvio, los mineros estuvieron protegidos en un refugio subterráneo. Noé y su familia fueron protegidos de la inundación, los mineros del derrumbe. El número no tiene nada especial en sí mismo, es tan sólo una señal, una lucecita que enciende Dios para llamar nuestra atención. Fíjense en esto, parece decirnos, si ustedes no buscan un refugio serán aplastados por lo que viene. ¿Qué es lo que viene? No hablo de un terremoto, maremoto ni ningún otro tipo de catástrofe natural, hablamos de algo peor, el derrumbe de nuestros cimientos morales y espirituales, la pérdida de la fe cristiana y la confianza en la veracidad de la Palabra de Dios, la pérdida de los principios de la familia y la cultura basada en las enseñanzas de Jesucristo. ¿Está preparado usted para ese derrumbe? ¿Qué estamos haciendo los cristianos para evitar en Chile esa catástrofe? Ya no se trata de estar o no de acuerdo con el gobierno ni de pertenecer a determinada iglesia o doctrina, sino de contar con ese refugio para el día postrero. Todos sabemos quien es tal Refugio: Jesucristo, la Roca de los siglos.

Un detalle final: ¿cómo se llama el contenedor de los alimentos y mensajes que los rescatistas envían a los mineros? Paloma. Una paloma mantendrá con vida y ánimo a los 33 hombres que ahora están en las profundidades de la tierra, hasta que sean levantados a la superficie. Del mismo modo hoy nosotros, los creyentes en Jesucristo, que vivimos aquí en la oscuridad de un mundo que se desmorona, somos alimentados y animados por la paloma del Espíritu Santo, con la esperanza de que un día seremos rescatados y estaremos siempre con el Señor.[3]

Damos gracias a Dios por el milagro del que ha sido testigo todo un país y el mundo, por la entereza que dio a las familias de los mineros, por la unidad y valentía de éstos, por el compromiso del gobierno y por la solidaridad de todos los chilenos, que estuvieron atentos a los acontecimientos, rogando a Dios por esas vidas. Pero mil gracias al Señor por Su mensaje a través de estos hechos, quien pareciera decirnos otra vez:

“Buscad al Señor mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. / Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase al Señor, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar.”[4]

[1] San Mateo 16:1-3
[2] San Juan 3:36
[3] 1 Tesalonicenses 4:17,18
[4] Isaías 55:6-7