“Su señor le dijo: Bien, siervo bueno y fiel;
en lo poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré;
entra en el gozo de tu señor."
San Mateo 25:23
en lo poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré;
entra en el gozo de tu señor."
San Mateo 25:23
Cuando se habla de tener una misión en la vida, cumplir una misión asignada por Dios, alcanzar el cumplimiento de una misión, y todas esas expresiones trascendentes, estamos refiriéndonos a algo realmente grande. La misión es el poder o facultad que se da a alguien de ir a desempeñar algún cometido. De hecho nuestro Líder y Maestro, el Señor Jesucristo, nos encargó llevar a cabo una misión, Él nos dio la Gran Comisión: “Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado; y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (San Mateo 28:19,20) Toda la Iglesia se ha empeñado durante veinte siglos en llevar a cabo lo que el Fundador le indicó como misión. De modo que cada cristiano comprometido con su fe siempre procura llevar a cabo esa comisión.
Pero no es la evangelización del mundo la única comisión que el Salvador ha dejado a Su Iglesia. También le dijo “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. / En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.” (San Juan 13:34,35) Otro aspecto es el deber de servir y amar al prójimo que sufre, cuando nos ordena en la Parábola hacer lo mismo que el buen samaritano: “¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? / El dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo.” (San Lucas 10:36,37)
¿Será la misión de un cristiano sólo hacer aquellas grandes hazañas para Dios? En estos días se habla mucho de tener una “visión”, que es recibir una revelación divina de cual será nuestra tarea o misión especial a cumplir en la vida. Hay grandes soñadores de visiones, plantadores de mega-iglesias y fundadores de ministerios con diversas características. Esas estrellas rutilantes del escenario cristiano nos obnubilan y queremos imitarles, hasta que un buen día descubrimos que somos simples discípulos, llenos de defectos y debilidades, incapaces de alcanzar esos parámetros que, por diversas circunstancias, aquellos cristianos sin duda admirables, lograron a niveles superlativos.
Lo positivo de esas “visiones” –sea el crecimiento de la Iglesia, sea alcanzar a las naciones, sea promover socialmente y salvar a un grupo humano, etc.- es que motivan a millones de hermanos y hermanas de todo el mundo a hacer lo suyo, a buscar a Dios y Su virtud. Pero hay, permítanme decirlo, un lado negativo y éste surge cuando el cristiano no logra el propósito. Siente que ha fracasado, viene la decepción o se cree engañado, desconfía de Dios y el Espíritu Santo.
Venía ayer de visitar a unos pacientes de un hospital psiquiátrico en un lugar bastante alejado de la ciudad. Fue una bella jornada de servicio a esas personas tan aisladas de nuestra sociedad, a las que se trata como enfermos, “locos”, seres inservibles, sin desconocer la calidad profesional y humana de muchos médicos y auxiliares que les atienden. Dentro de mis tareas como pastor, una actividad así tiene muy bajo perfil y carece de importancia para el desarrollo de la obra, ya que no genera conversiones y ni siquiera es expuesta como testimonio. Sin embargo, en lo personal, es una de las labores que más satisfacción espiritual me reporta. Siento que Cristo está vivo en mí, utilizando mi ser entero para dar amor a aquellos seres humanos sin esperanza. No puedo sanarles, no podría devolverles la cordura y apenas puedo resolver sus problemas más básicos; sólo Dios puede hacer un milagro en ellos, tampoco voy por el milagro, pero algo dentro de mí insiste en amarles.
Entonces, en el camino que es un hermoso sendero campestre, de pronto pensé ¿es esto una misión? ¿Puede ser algo tan insignificante, misión de Dios? De inmediato surgió la respuesta afirmativa. Recordé al buen Martín de Porres, el llamado “fray Escoba”, cuya única tarea era barrer el convento y otras labores menores. No sólo las grandes cosas como evangelizar a las tribus africanas o cuidar a los leprosos, hasta adquirir la enfermedad cual Padre Damián, son obras de Dios. También hay pequeñas comisiones. Pensé en un hipotético hombre cuya única obra fue servir un día de lazarillo a una persona ciega. Naturalmente para cada cristiano hay un encargo del Señor, por algo Él nos dota de dones y talentos, para servir a la Iglesia. “Así también vosotros; pues que anheláis dones espirituales, procurad abundar en ellos para edificación de la iglesia.” (1 Corintios 14:12)
Recordé las palabras de Gabriela Mistral en “El Placer de Servir”: “…no caigas en el error de que sólo se hace mérito con los grandes trabajos; hay pequeños servicios que son buenos servicios: Adornar una mesa, ordenar unos libros, peinar una niña. Aquél es el que critica, éste es el que destruye, sé tú el que sirve.” Y continúa esta poeta cristiana: “El servir no es una faena de seres inferiores. Dios, que da el fruto y la luz, sirve. Pudiera llamársele así: El que sirve. Y tiene sus ojos fijos en nuestras manos y nos pregunta cada día: ¿Serviste hoy? ¿Al árbol? ¿A tu amigo? ¿A tu madre?”.
Sí, hay en el mundo hoy día grandes y hermosas obras de Dios. Reconozcámoslo y oremos por ellas y sus siervos. Pero no menospreciemos esas pequeñas y valiosas obras que, a la medida de nuestra fe, podemos realizar cada día por el prójimo, por la Iglesia y para el Señor: apoyar a un hermano en dificultades, orar por un enfermo, dar un buen consejo, escuchar a quien necesite abrir su corazón, dar una ofrenda al pobre, entregar una palabra de aliento al pastor y a su esposa, en fin cumplir la misión para lo cual Dios nos puso en esta tierra: servir. Puesto que los cristianos son “pequeños Cristos” en esta sociedad, nuestra misión es la misma misión de Jesucristo, “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.” (San Marcos 10:45)